2014/03/05

8332.- Lucha Justa.

LUCHA JUSTA.

            Un abogado que no conozca ni practique la virtud de la justicia, y de consiguiente, que no conozca, ni practique, ni propague ni defienda la tutela constitucional de los derechos fundamentales del ser humano, lesiona gravemente el juramento hecho ante el Rector de la Universidad donde obtuvo su título.

            Un abogado que no estudie, o que no cumpla con el compromiso adquirido con su cliente, o que le sea desleal, o que le mienta, o que pretenda corromper o corrompa funcionarios públicos ¡es un sinvergüenza que debería ser separado de tan honroso y hermoso oficio! Se le debería juzgar en el Tribunal Disciplinario. Y se le debería abrir un proceso penal si hubiere elementos de convicción para ello.

            Un abogado en el ejercicio de funciones públicas (fiscal, inspector, defensor, procurador, secretario, etc.), que adolezca de uno o varios de los defectos o vicios antes señalados, debería ser tratado con el mayor rigor que la ley permita, porque no sólo juró ante el Rector: también juró como requisito para asumir el cargo.

            Y si un juez no respeta él mismo su independencia o autonomía; o si no es imparcial; o si no garantiza a toda persona –conforme al principio de progresividad y sin discriminación alguna- el goce y ejercicio irrenunciable, indivisible e interdependiente de los derechos humanos, así como su respeto a las garantías constitucionales y legales; o si, con su mal actuar o mal decidir, no asegura el disfrute de las garantías sociales y la suprema felicidad del pueblo, o desconoce o infringe los valores y principios de un estado democrático y social de Derecho y de Justicia; o si sus sentencias no se sujetan a la Constitución y a las leyes, o si la razonabilidad de las mismas no son fiel reflejo de la verdad y la justicia, sea porque están afectadas por injerencias político-partidistas, económicas, religiosas, sociales, etc., sea por su falta de preparación moral y jurídica; o si desconoce o infringe el principio constitucional de que el proceso constituye un instrumento fundamental para la realización de la justicia; o si desconoce o rechaza que la finalidad del proceso consiste en establecer la verdad de los hechos por las vías jurídicas y la justicia en la aplicación del Derecho; o si sus argumentaciones o interpretaciones judiciales están divorciadas de los valores, principios, derechos y garantías constitucionales, o lo desvían de su deber de asegurar la integridad de la Constitución; o si tiene miedo, o es deshonesto, o no tiene vida privada y pública ejemplares; y, si encima  de males, no rectifica de inmediato y, en cambio, persiste en una de esas actitudes, lo pagará caro y muy pronto en esta vida; o algún día en la Otra.

            El juez que se presente con un prontuario así, arrasará con la administración de justicia en los casos que desgraciadamente hayan llegado a sus manos, y además, debilitará progresivamente la sociedad de la que él es integrante: la desorganizará, la sembrará de rencores, retaliaciones y venganzas; y en pocas palabras, la preparará para que en ella se instale e impere la ley de la selva. Y de esta forma, ¡Adiós a las garantías y derechos fundamentales! ¡Adiós al respeto a la dignidad humana!

            Un Colegio de Abogados que no se manifieste ante la lesión grave y continuada de las garantías y derechos fundamentales, y no llame a la consiguiente lucha para rescatar tales derechos, es una corporación que se va deslegitimando rápidamente, por obra de su omisión.

            Una Facultad de Derecho que lleve a sus estudiantes por caminos distintos a los de la verdadera excelencia, en el aprendizaje del saber jurídico, es como una mala madre, que prepara a sus hijos para ser una carga, para servir de estorbo a la administración de justicia y a la eficiente y correcta representación legal de las personas.

            ¡Abogados en el ejercicio privado de su profesión; abogados en el encargo de funcionarios públicos; JUECES, desde el que tenga la más alta investidura hasta la más baja; Colegios de Abogados, Facultades de Derecho y sus profesores, ¡ojo!: si nos conformamos con enterrar la cabeza para no “ver”, y solamente cuidamos nuestros intereses personales o familiares, estamos cometiendo un delito de lesa patria. Echar adelante y hacia arriba a Venezuela no es sólo un problema de “los demás”, de los estudiantes, de los jóvenes, o de quienes tienen vocación de políticos, etc.

            Yo abogado, tú juez, tú fiscal, y tu funcionario público en tus distintos oficios o tareas, y tú, Junta Directiva de un Colegio de Abogados, ¡despertemos! ¡Somos nosotros quienes estamos acabando con la Justicia y el Derecho! La sociedad a la que pertenecemos está desvalida del auxilio jurídico, y por ende, condenada a la ruina, moral, política y económica. E increíblemente ignoramos que serán nuestros hijos y nietos quienes pagarán por nosotros, pues formarán parte de los próximos afectados por una “justicia” injusta, por nuestra cobardía, por nuestras actuaciones y decisiones irresponsables, o parciales, o complacientes. Y nosotros no podremos salir en su defensa: el olvido por el paso del tiempo nos habrá sacado del juego, o ya estaremos muertos.

            Y pensar que hoy, Venezuela nos necesita más que nunca. El quinceañero régimen, en vez de fijarle metas a nuestro pueblo, le ha puesto una quimera como horizonte, consistente en una fórmula de supuesta excelencia al alcance de todos, pero que en realidad no es más que un sofisticado y antiguo engaño en continua trashumancia, en búsqueda –alarmantemente adelantada- de un disimulado pero devastador imperio: el de la ignorancia. Nuestros malhadados actuales gobernantes no tienen otra filosofía que la del fracaso solapado, predican la ignorancia con guardarropía de excelencia, enseñan descaradamente la envidia frente a quien triunfa a base de esfuerzo, y pretenden -¡ladinos, perversos!- sumergir a todo el mundo en la miseria espiritual y material.

            Y pensar que estamos en la luna, si no comenzamos por advertir ¡ya! que esas absurdas barricadas de basura en las calles y sus consiguientes quemas, son los caminos más rápidos para enfermar a nuestros niños y a nosotros mismos…Y pensar que podemos convertir en cosa buena la presente confrontación vivida en nuestro país, si trascendemos de la ofensa y la agresión callejera, de procedimientos que en muy poco afectan las políticas negativas del actual gobierno y que en mucho afectan nuestras propias familias. Y pensar que a los abogados corresponde, más que a muchos, la guarda de las familias, de la comunidad, del país, pues conocemos –se supone- las leyes y se nos enseñó –se supone- cómo es que se infiltra la justicia en el espíritu y en la acción del hombre común, y en el espíritu y la acción de quien tiene una responsabilidad pública.

            NUESTRA LUCHA frente a un régimen contrario a las libertades del ser humano, que no sólo pretende imponernos un sistema fracasado sino que poco a poco nos está entregando en manos extranjeras; que ha acabado con la seguridad jurídica; y que miente cuando afirma, miente cuando niega, miente cuando pide, miente cuando ofrece y miente cuando actúa, ES UNA LUCHA JUSTA. Sin embargo, no se trata sólo de marchar, de vociferar, o de cacerolear. No es así como se convence. Debemos inyectar conciencia y razón a las marchas, a las voces y a las cacerolas. Nuestra tarea va hoy mucho más allá de oponer excepciones, impugnar sentencias y solicitar nulidades. Lo primero será tener unidad y armonía en el pensamiento, despojándonos de apetencias personales y grupales, que hoy las hay muchas- Lo segundo será entrenarse en la virtud de la tolerancia, para convencer amistosa y respetuosamente a quien difiere de nuestras opiniones; y, en la virtud de la fortaleza, para defender los principios inherentes a la dignidad humana, y para rechazar el error. Y lo tercero será trabajar en forma perseverante, exigente y al unísono.

            Y a esas tareas debe seguir el trazado de una estrategia de lucha. La defensa de nuestros derechos y de los derechos de quienes representamos, urge. Pasemos ya, de la palabra a la acción.

             La crisis de hoy es simplemente el conjunto de nuestras crisis personales: hemos arrinconado a Dios para que no se entrometa en nuestras decisiones, y sólo lo buscamos cuando nos sentimos impotentes, sea porque nos acosa la enfermedad o la penuria económica, sea porque a nuestro actual problema no le encontramos solución; en estos casos nos convertimos en teocéntricos temporeros y dejamos el antropocentrismo a un lado… para cuando haya una mejor ocasión. Debemos abdicar de tan pobre actitud: debemos reencontrarnos con Él, para que lo tratemos no sólo por ser nuestro Creador y Redentor, sino también para que lo tratemos como el Amigo que nunca falla; y así, comenzar la recuperación de todo lo que en materia de principios éticos hemos tirado por la borda.

            Sin el respeto y la práctica de esos principios, sin la unidad y armonía en el pensamiento, sin despojarnos de apetencias personales y grupales, y sin trabajar en forma perseverante, exigente y al unísono, no será posible librarnos de un gobierno inicuo; no será posible restablecer la efectiva vigencia de esta nuestra Constitución (artículo 333 de la Constitución), tan permanentemente lesionada. Y, el desconocimiento de un régimen que, como éste, ha contrariado –y no ha cesado de hacerlo- los valores, principios y garantías democráticos, y que ha menoscabado –y no ha cesado de hacerlo- los derechos humanos (artículo 350 de la Constitución), no tendrá eficacia; y al no tenerla, los gobernantes a estrenar serán incapaces de reconstruir nuestro País, como “un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político” (artículo 2 de la Constitución).

            Queridos colegas, por favor: ¡Ayudemos a nuestro país, ayudemos a nuestra gente!

Muy agradecido.   
           
Rafael Quintero Moreno.

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